Se dice de los mancos y aborígenes,
que sorben el cacao de la tierra,
y el atole de las pencas floridas.
A mi me parece que hacen los tamales
con las cejas y pestañas,
y que enredaderas por la noche mastican,
para adorar los frutos de la luna.
Por lo demás edifican sus techos,
con la observancia de las aves
y espigan las hortalizas sembrando,
mitos entre los zurcos.
Conmemoran la progenie de las aguas,
vierten llanto en cántaros,
y glorifican la venida de los vientos,
fundiendo el eco en sus caderas.
Para el resto de la especie, se rumora,
con hierro y madera sucede lo mismo,
bronce para los nostálgicos,
silicio para los amantes de venturas.
Yo cultivo tigres y estalagmitas tropicales,
la seda cedo a los del otro mundo,
y las flores de bengala, el arroz y las legumbres,
a las lenguas sofisticadas de los ciegos y zancudos.
Será aquí mi humedad, mi idiolecto, mi lengua húmeda. Nuestra humedad, el español, la lengua nuestra.
La Humedad, la lengua toda, el músculo de lo humano, peregrinaje de babas:
toda ella, la lengua, soporte de nuestra humanidad, húmeda mortandad, toda ella, imperecedera: la Lengua Húmeda.
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