Por definición empírica,
el alma es objeto terrestre,
y sólo en la ficción,
se torna etérea
ahí cuando cesa la vigilia de la músculos.
De ahí a la redonda del imaginario
—que siempre la patafísica se erige circular—,
han valido todo tipo de sustitutos aero-gráficos,
invisibles, impensables,
como fantasmas de un cadáver universal,
mero sepulcro de los múltiplos de la respuesta esférica,
a su vez inferencia de la pregunta acuática:
el movimiento.
Pero qué importa ya,
ahora acogidos por veleidades,
que no por efímeras son menos concretas,
y de donde sólo un necio, dejado al olvido,
podría argüir que el alma es,
ya no digamos ligera, –!Que no pesa, pues!.
Ya tanto consta la gravedad,
que el alma se adhiere
a la sangre,
que ya por defender la verdad,
que ya por mayéuticas costumbres,
no dudaría en solicitar a todo predicador de la salvación
—fin último de la defensa de tales absurdos—,
se matara al instante,
para poder observar,
yo que siempre soy crédula sólo de ojos,
su alma volátil sobre la carne
y los gusanos subsecuentes.
Será aquí mi humedad, mi idiolecto, mi lengua húmeda. Nuestra humedad, el español, la lengua nuestra.
La Humedad, la lengua toda, el músculo de lo humano, peregrinaje de babas:
toda ella, la lengua, soporte de nuestra humanidad, húmeda mortandad, toda ella, imperecedera: la Lengua Húmeda.
Alma
Poemario
Ocio del Hipotálamo