Perra harpía blasfema con el rostro
ensanturrado
de disculpas vanas misas
con sermones regodetes
de la más sutil envidia disfrazada de
pecado:
santa escoria de la monja pervertida
atestada de proselitismo enfermo
de creerse en el cielo
y habitar una nube que amenaza con
llover
sobre el prójimo y locura hermana.
Loca más santa que la pitonisa hechiza
que la bruja engrilletada a la maldad,
esa que con caridad de versos
apunta al otro y se libra de las
llamas.
Magia negra del infierno en tierra
Magia de los seres abastractos
los que aguardan toda clase de
protestas
las más acusaciones al que no ha
probado el éter,
soplo del orgullo propio
encerrado en un sólo paraíso.
Perra hereje, la moneda está en el
aire
y no hay medusa en la mirada
que la exculpe de su contraparte
oscura.
Ambas partes son el ancho de su lata
y ambas cartas se despojan de sus velos
no hay más rostro que la llana esencia
de un estigma sin moral, alguna herida
rostro doble de agonía y de vigor.
No hay más culpa santa harpía.
la carroña es un banquete
ahí dispuesto para todos,
no hay pecado, santa bruja
yace en tierra tu hábito
y el templo arde en llamas:
No hay perdón final,
no hay confesionario allá en la nada
no hay más rezo curativo
ni oración que te redima, sólo hay
verbo,
verbo profano en su tragedia de lunas.
Santa enferma que creíste en la
doctrina
no hay redención en las órbitas
estrellas,
la luz de tu acto redentorio
se marchita en ellas sin mirada.
No hay salvación santa hereje
ni rosarios que cuentas en tus dedos
no hay más ley que provenga de las
nubes,
sólo nubes que navegan en el alma
turbios íconos de amargas aguas
que no hay bendita, perra hereje,
de la cual puedas beber para salvarte
santa profana, abandona el báculo,
esconde tu cruz y reniega tu martirio
perra hereje, calla ahora,
en el malestar de tu oración,
que en toda carne hay un error sin
mácula,
que toda lógica de un cruel y cierto
mesianismo
es que nunca hubo un mesías
perra santa, y no lo habrá
ni en ti ni en dios ni en vida,
porque nadie vive para ser salvado
blasfema santa, en nombre de otro,
de otro que calla sin poder siquiera
aventar sin sombra la primera piedra.